La efectividad de las políticas públicas de renovación energética de viviendas ha cobrado vital importancia en la lucha contra el cambio climático y la economía doméstica. Los programas destinados a mejorar la eficiencia energética no solo buscan mitigar el impacto ambiental de las edificaciones, sino también disminuir la factura energética que los hogares deben afrontar. En Francia, por ejemplo, en 2021 se reportó que 2,7 millones de viviendas se beneficiaron de ayudas gubernamentales para la renovación energética, lo cual subraya un esfuerzo sustancial por parte de los Estados para hacer frente a esta problemática. Estos esfuerzos se justifican en gran medida por los datos que indican que los edificios son responsables del 30% del consumo energético mundial y del 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que resalta la necesidad urgente de implementar políticas efectivas en este ámbito.
La historia de las políticas de renovación energética se remonta a las crisis del petróleo de los años 70, que obligaron a muchos países a buscar soluciones efectivas para controlar el gasto energético de los hogares. La implementación de programas como el Weatherization Assistance Program en Estados Unidos marcó un hito, ofreciendo apoyo financiero a los ciudadanos para llevar a cabo mejoras energéticas en sus viviendas. Sin embargo, la atención sobre estos programas disminuyó en la década de 1980, solo para resurgir a principios del siglo XXI, impulsada por el creciente reconocimiento de la crisis climática. En este contexto, el programa MaPrimeRénov’ en Francia ha sido emblemático, aunque su eficacia ha sido objeto de debate y evaluación continuos.
Desde los años 80, han surgido numerosas evaluaciones sobre la efectividad de estos programas. Un meta-análisis reciente indica que, a lo largo de las cuatro últimas décadas, los ahorros en la factura energética derivados de programas de renovación oscilan en promedio alrededor del 10%. Sin embargo, el margen de error es significativo, lo que hace que los resultados sean difíciles de interpretar. Existen casos en los que, pese a la renovación, el consumo de energía ha incrementado, fenómeno conocido como efecto rebote. Estas variaciones en la efectividad han despertado preocupación en torno a la fiabilidad de las mediciones y a la consistencia de los métodos utilizados en las evaluaciones.
Para abordar la complejidad de la evaluación, se hace necesario realizar un meta-análisis exhaustivo. Un estudio reciente de la Cátedra de Economía del Clima de la Universidad París-Dauphine ha incorporado un enfoque riguroso al evaluar 171 estimaciones de ahorro energético. Los resultados sugieren una tasa sintética de ahorro del 10%, lo que, aunque un poco inferior al promedio observado en estudios previos, sigue siendo un indicador positivo. Esto plantea la necesidad de una interpretación más matizada de los resultados, considerando factores como la heterogeneidad de los tipos de viviendas y los métodos de evaluación utilizados.
Finalmente, surge la pregunta de si estas políticas son rentables desde una perspectiva climática. Al considerar las externalidades económicas y ambientales, las inversiones en renovación energética surgen como una opción estratégica. Comparando el costo de las emisiones de CO2 en el mercado europeo con los costos de renovación, se deduce que las subvenciones para la renovación energética no solo ayudan a los hogares a lograr ahorros significativos en sus facturas, sino que también contribuyen de manera efectiva a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. De esta manera, se resalta la importancia de seguir promoviendo políticas públicas que fomenten dicha renovación, alineándolas con los objetivos de transición a economías de bajo carbono que son esenciales en el contexto actual.